jueves, 14 de julio de 2011

LOS ULTIMOS DIAS DE LA POLA

Del matrimonio de don Joaquín Salavarrieta y de doña Mariana Ríos, vecinos de la ciudad de Guaduas, nació Policarpa, en 1795. Ella se afilió con entusiasmo desde 1810, a la causa de la revolución, y para servirla se trasladó a Bogotá en ese año, y habitó en la casa honorable de la familia Herrán y Zaldúa. Pasó luego a una casucha de la Calle Honda, hoy carrera 13, en las inmediaciones de la Huerta de Jaime. En esa humilde casa se reunían, en tiempo del terror, varios patriotas conspiradores. El Oficial José Hilario López, que debía presidir más tarde los destinos de la República, dice a propósito de esta conspiración:

Yo era uno de tantos patriotas que concurrían a la casa de la Pola, en donde se comunicaban las noticias que se tenían de los de Venezuela y Casanare, y se celebraban cuando ellas eran buenas, pues esa mujer, valiente y entusiasta por la libertad, se sacrificaba para adquirir con qué obsequiar a los desgraciados patriotas, y no pensaba ni hablaba otra cosa que de venganza y del restablecimiento de la Patria.


Sabía la heroína que era perseguida, y cambió de morada y se ocultó en la casa de doña Andrea Ricaurte, esposa del patriota don José Lozano. Señoras distinguidas, doña Carmen Rodríguez de Gaitán, hermana del guerrillero José Ignacio Rodríguez, llamado El Mosca; doña Petronila Nava de García Hevia, viuda, desde su destierro de Cogua, y otras damas de igual distinción, prestaban sus servicios a los jefes de guerrillas. El hogar de la señora Ricaurte de Lozano estaba situado en la calle l0, cerca de la antigua Plaza de Egipto, ahora de Maza, en un barrio silencioso y tranquilo, donde vivía en la mayor reserva posible. Allí se enviaban y se recibían postas y se les daba auxilio a los que lograban salir para incorporarse en las guerrillas, que tanto atormentaban a Sámano y a sus tenientes.

La Pola tenía un hermano menor, entonces niño, Bibiano Salavarrieta, bautizado en la parroquia de Santa Bárbara de Bogotá, que moraba con ella en la casa de la señora Ricaurte de Lozano, y era el medio de comunicación con los patriotas. Sámano había encargado, como agente secreto, al Sargento Anselmo Iglesias, perro de presa, astuto, sagaz y sacerdote de Baco, para inquirir el refugio de Policarpa. Frente al portalón del Colegio de San Bartolomé, entonces cuartel del Batallón Tambo, existía. venta de licores, donde el Sargento Iglesias tomaba sus copas departiendo con la ventera. Confió a ésta su secreta misión, cubriendo sus aviesas miras con la especie de que uno de sus Jefes se había prendado de la belleza de Policarpa y deseaba visitarla.

Eso es fácil, replicó la maritornes; por aquí pasa un hermanito, que por cierto es el retrato de la Pola.

Pasó el niño y lo siguió el Sargento, hasta que lo vio entrar en casa de la señora Ricaurte ;3e Lozano, y al cerrar la noche, Iglesias, al frente de una partida de soldados, violó la casa y apresó a la joven.

Un testigo presencial; don Camilo Sánchez, natural de Bogotá, el cual murió muy anciano al principiar el último cuarto del siglo XlX, refería que la noche de la prisión de la Pola se hallaban en la sala de la casa doña Andrea Ricaurte de Lozano, la Pola, su hermano Bibiano y el mismo don Camilo, también conspirador, que logró ocultarse en aquellos momentos. El refería que la señora Ricaurte, aprovechando el tiempo en que era interrogada la Pola, logró arrojar al fuego de la cocina varios papeles, y que merced a estar doña Andrea amamantando a un niño, quedó confinada en la casa en vez de ser llevada a prisión.

Llevó Iglesias presos solamente a Policarpa y a su hermanito, quien al tercer día volvió a la casa, después de haber sido cruelmente azotado.

Estos hechos los relató el literato don José Caicedo Rojas, y refiriéndose a Bibiano Salavarrieta, escribió:

Conocí al joven cuando ya era hombre. Había seguido la carrera eclesiástica, y se había ordenado. De mis relaciones de amistad con él conservo como estimable recuerdo un bello crucifijo de madera.

Estas investigaciones históricas están confirmadas por un manuscrito que existe en la Biblioteca Nacional, obra de la señora Andrea Ricaurte de Lozano, que se guarda en la sección Biblioteca Pierda, volumen VIII, Biógrafas. La Pola, mujer de carácter enérgico y de clara inteligencia, había dedicado su vida a conspirar contra el duro Gobierno militar de los españoles. Ella escribía con frecuencia a los patriotas que luchaban por la independencia en guerrillas, en los Llanos de San Martín y de Casanare; auxiliaba a los individuos que querían marchar a incorporarse a las guerrillas; ponía en conocimiento de los republicanos que estaban ocultos en la ciudad o que servían forzados en las tropas del Rey, las noticias que recibía, valiéndose para ello de las matronas Carmen Rodríguez de Gaitán, Petronila Nava de García Hevia, Eusebia Caicedo de Valencia v Andrea Ricaurte de Lozano; hablaba con los militares forzados, y hacía circular en copias las cartas que recibía de fray Ignacio Mariño, Juan José Neira, Ignacio Rodríguez y de otros jefes de guerrillas. Además, compraba con el mayor sigilo, con dinero que le daban las familias republicanas, elementos de guerra que enviaba a los campamentos, venciendo graves dificultades.

La Pola tuvo dos pasiones: amor a la Patria y amor al joven Alejo Sabaraín, Subteniente del Ejército republicano, que fue vencido en el sur de la República. Prisionero en la Cuchilla del Tambo y quintado en Popayán, fue llevado hasta el patíbulo, y ahora estaba condenado a presidio, del que logró fugar para apoyar los sueños de independencia de su prometida.

Una partida de patriotas qué marchaba para los Llanos llevando correspondencia de la heroína, era comandada por Alejo Sabaraín, y en ella iban ocho republicanos, que veremos sacrificar con la ilustre joven.

El cronista Caballero cuenta que el día 10 de noviembre se reunió el Consejo de Guerra que juzgó a la Pola y a quince revolucionarios, y agrega que era esta muchacha muy desprendida, arrogante y de bellos procederes, y sobre todo muy patriota; buena moza, bien parecida y de buenas prendas.

Ese Consejo de Guerra se reunió en la casa que habitaba el Jefe Carlos Tolrá, y rompió las leyes españolas; y aunque los Oidores protestaron y levantaron expediente.

Sámano, autócrata militar, pasó sobre la jurisprudencia y apoyó el procedimiento de cuartel.

El proceso militar fue breve; la Pola a nadie comprometió en sus declaraciones. Fueron condenados a muerte Policarpa Salavarrieta y ocho de sus amigos v cómplices: Alejo Sabaraín, Francisco Arellano, José María Arcos, Jacobo Marufú, Manuel Díaz, José Manuel Díaz, Joaquín Suárez y Antonio Galeano. Todos fueron llevados a capilla en los claustros del Colegio del Rosario, donde tantas víctimas habían pasado sus últimos momentos.

Por irrisión de la suerte fue la guardia de aquella antecámara de la muerte una compañía del Batallón Numancia, en la que servían varios patriotas prisioneros, entre ellos el futuro General y Presidente de la República José Hilario López, quintado en Popayán y llevado con Sabaraín y otros a los banquillos levantados en la plaza de San Camilo.

En capilla común quedaron Sabaraín, Arellano y Arcos, los tres restos del Ejército del Sur y compañeros de López. Por suerte despiadada tocó a éste hacer guardia en esa capilla y recibir los adioses y recomendaciones de los que iban a morir. Sabaraín dice el centinela, me agregó en los términos más sentimentales que al fin la suerte había querido que muriese después del milagroso escape de Popayán.

Estaba reservado a don Juan Sámano dar el espectáculo horrible del suplicio de una joven, sacrificada con todo descanso y aun haciéndose lujo de iniquidad. Moza elegante en denuedo, hermosa, de honestas costumbres, de palabras y de condición blanda y recatada, era Policarpa Salavarrieta entusiasta por la independencia .

El Oficial que comandaba la guardia de capilla fue el , Teniente Manuel Pérez Delgado, y José Hilario I.ópez fue colocado en sitio donde podía ver y oír lo que decía y hacía la Pola. Exhortada por varios sacerdotes para que aplacase su ira, les replicó:

En vano se molestan, Padres míos : si la salvación de mi alma consiste en perdonar a los verdugos míos y de mis compatriotas, no hay remedio; ella será perdida, porque no puedo perdonarlos, ni quiero consentir en semejante idea.

Bien, Padres, acepto el consejo de ustedes a condición de que se me fusile en este instante, pues de otra manera me es del todo imposible guardar silencio en vista de los tiranos de mi Patria y asesinos de tantos americanos ilustres.

Pasó por la puerta de la capilla el Teniente Coronel José María Herrera, americano, Jefe de Estado Mayor de la División realista acantonada en la ciudad, quien dijo a Policarpa :

Hoy es tigre; mañana será cordero.

Se lanzó la Pola sobre él con grande ira, y tuvo que contenerla por la fuerza un centinela:

Vosotros- le dijo a Herrera, -viles, miserables, medís mi alma por las vuestras; vosotros sois los tigres, y en breve seréis corderos.

Escenas semejantes ocurrieron durante el día, y sólo la fatiga, en las horas avanzadas de la noche, calmó la exaltación de la víctima.

Las nueve de la mañana del 14 de noviembre fue la hora señalada para la ejecución. La heroína pudo repetir en esos momentos las palabras que Juan Wolfgano Goethe puso en boca de la simbólica Margarita:

Cielos ! Ya. vienen por mí. cuán amargo es el morir en la flor de la vida! . . . .

Morillo, el implacable Pacificador, llevó al patíbulo a un padre en presencia de su hijo, como sucedió a don Francisco Morales Fernández y a su hijo don Francisco Morales Galavis; separó a un presidiario y a una víctima, como ocurrió con don Pantaleón Gutiérrez y su hijo José Gregorio, y envió al cadalso a los Grillos, padre e hijo. sacrificados con la misma descarga. Pero tocó a Juan Sámano dar prueba de execrable crueldad cuando llevó a la muerte a dos amantes.

La Pola iba a la cabeza del fúnebre grupo de condenados; a su lado estaban dos frailes franciscanos. Al dar el primer paso fuera del portalón del Colegio del Rosario, vio al Mayor de plaza encargado de las ejecuciones, y exclamó en alta voz :

por Dios, ruego que se me fusile aquí mismo si ustedes quieren que mi alma no se pierda! Cómo puedo yo ver con ojos serenos a un americano ejecutando estos asesinatos?

Se refería al militar Rafael Córdoba, que había firma. do el acta de independencia en 1810. La Pola marchó airada hasta el lugar del suplicio, no cesaba de maldecir a los españoles y de encarecer la venganza de las víctimas. A1 entrar a la Plaza Mayor exclamó:

pueblo indolente! cuán diversa sería hoy vuestra suerte si conocieseis el precio de la libertad! Pero no es tarde. Ved que aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más, y no olvidéis este ejemplo.

Pidió la mártir un vaso de agua; con piadosa solicitud se apresuró a ofrecérselo un español, y al notar que era peninsular quien se lo brindaba, lo rehusó con energía :

Ni un vaso de agua quiero merecer a los verdugos de mi Patria.

Los nueve banquillos se habían levantado al frente de la antigua Casa consistorial. Los ocuparon las víctimas, oyendo las oraciones que rezaban los numerosos frailes que las acompañaban. El tañido siniestro de la campana de mano de los Hermanos de La Veracruz; los fúnebres clamores de las torres de las iglesias de la ciudad, y la efigie de' Cristo levantada en un mástil, hacían solemne la escena. A1 llorar la Pola al asiento que se le destinaba, dijo en alta voz:

miserable pueblo, yo os compadezco! algún día tendréis más dignidad!

Quiso obligarla el Oficial que mandaba la escolta a que cabalgase en el banquillo, pues debía ser fusilada por la espalda:

No es propio ni decente en una mujer semejante posición; pero sin montar daré la espalda, si esto es lo que se quiere.

Medio arrodillada sobre el banquillo se la vendó y sujetó con cuerdas, lo mismo que a sus compañeros. La Pola aturdió con su firmeza aun a sus mismos verdugos. No hubo corazón sensible que no deplorase la muerte prematura de esta mujer, sacrificada por la libertado.

El Sargento Arcos dijo al ocupar el banquillo:

No temo la muerte, Desprecio la vida, Lamento la suerte De la Patria mía.

Un minuto después las víctimas eran cadáveres, y fueron suspendidos en horcas los de Sabaraín, Arcos, Arellano y Manuel Díaz.

El Subteniente Alejo Sabaraín, prometido de Policarpa, había compartido con otros Oficiales las amarguras de la capilla en Popayán. El Subteniente Francisco Arellano, oriundo de Popayán, fue compañero de Sabaraín en la campaña del Sur, y como éste, prisionero en la Cuchilla del Tambo. El Sargento José María Arcos fue de los vencidos en esa desgraciada batalla.

El patriota Antonio Galeano, derrotado en La Plata a órdenes de García Rovira, logró ocultarse algún tiempo en las montañas del sur del Tolima; capturado en camino para los Llanos, vino á rendir la vida el 14 de noviembre. Jacobo Marufú figura en varios martirologios. En documento oficial que citaremos después se le llama Manuel. Es él uno de los héroes casi ignotos. A Joaquín Suárez se le llama Antonio en el documento citado. José Manuel Díaz, peninsular, y Manuel Díaz, americano, son apenas mencionados en los matirólogios de la República.

Con otro propósito escribe un autor coetáneo:

En todo calvario hay sangre, pero de esa sangre, cálida y fecunda, brota la buena nueva que redime; en el árbol que el rudo invierno deshoja, savias frescas aparecen a su tiempo que ponen vivos retoños en el tronco ennegrecido, y hojas que ríen al labrador con la dulzura de una tranquila esperanza.

Las predicciones de la Pola no tardaron en cumplirse. Los nueve cadáveres fueron recogidos por el Monte de Piedad y sepultados en la humilde iglesia de La Veracruz, hoy panteón nacional. En los archivos de la Hermandad se encuentra la siguiente partida:

Por cuatro pesos cuatro reales para que pagasen los peones que cargaron y enterraron a los nueve que pasaron por las armas. e1 14 de noviembre de 1817.

Este documento borra la errada versión de que la Pola fue sepultada en la iglesia de agustinos calzados, donde vistieron la cogulla dos hermanos de Policarpa.

La muerte de esta mujer, que verdaderamente ha podido denominarse heroína, causó grande exaltación en los ánimos, y su nombre, reducido al anagrama, produjo el mayor entusiasmo entre los patriotas.. .. El día de esta ejecución fue día de consternación y día de ardor y de entusiasmo patriótico al mismo tiempo.

El mismo día 14 de noviembre se reunió la Real Audiencia y dejó constancia, con presencia del Fiscal interino, de que se habían levantado nueve banquillos y dos horcas en el frente norte de las casas del Tribunal, y que habían sido ejecutados ocho hombres y una mujer por la jurisdicción militar, la cual no dio noticia a la Real Audiencia, como era acostumbrado y estaba prevenido por el Derecho y las leyes del Reino. Se quejaban los Oidores de que los reos, que debían haber sido juzgados por la Sala del Crimen, lo fueron en Consejo de Guerra permanente que presidió don Juan Sámano.

Ordenó ?a Audiencia que el Escribano de Cámara, con la debida reserva, se informara del número y de la calidad del crimen que había sido castigado, en nueve individuos, con el objeto de dar cuenta al Rey y de evitar arbitrariedades. Firmaron los Oidores Jurado, Cabrera y Navas, y el doctor Francisco José Aguilar, Secretario de Cámara.

Este extendió diligencia, y en ella nombró a las siguientes víctimas : José Manuel Díaz, Antonio Galeano, José María Arcos, Antonio Suárez y Manuel Maurufus (sic), militares; Alejo Sabaraín, Francisco Arellano, Manuel Díaz y Policarpa o Pola Salavarrieta. Los cinco primeros habían sido condenados a servir de soldados en las tropas del Rey; los otros, Oficiales patriotas, sufrían pena de presidio, y no se consideraban militares por no estar incorporados en el Ejército pacificador. Todos ellos fueron apresados en el camino para los Llanos, llevando papeles que enviaba la Pola

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